martes, 1 de julio de 2008

Regreso al centro de la tierra

La Torca del Carlista, el descenso de Jon Arana. 2ªparte.
Ayer se celebró el cincuenta aniversario de su hallazgo. Quien la holló en 1958, el espeleólogo guipuzcoano Jon Arana, se adentró de nuevo en su interior.

Medio siglo después. Con 81 años.Fue una jornada llena de emociones para Arana. Poco que ver con la incertidumbre que le atenazó el día que bajó por primera vez a la sala que hoy lleva su nombre. Aún lo retiene fresco en la memoria. «Impresionaba lanzarse al vacío en un lugar desconocido. El silencio era sepulcral y la oscuridad absoluta. Aquello imponía», admitió ayer el veterano espeleólogo. Pese a todo, con el arrojo de su juventud se atrevió a descender en solitario y tocó suelo. Descubrió un «invisible y enorme laberinto» que sólo pudo palpar con las manos. «Me desorienté y temí incluso por no encontrar la salida», recordó. La tenue luz de su casco le guió finalmente para regresar de nuevo al exterior. Cuatro meses después repitió la hazaña, esta vez acompañado y equipado para topografiar el lugar. La torca del Carlista perdió entonces parte de su halo de misterio.




Nacido en Zumarraga en 1927, Arana fue de joven uno de los mejores espeleólogos de su tiempo. Estaba muy entrenado. Vivía en la calle de la iglesia y aprovechaba la altura de su torre para practicar descensos. Unos treinta metros de desnivel. Algo «de agradecer, sobre todo en una época en la que no abundaban los gimnasios».
Los años no pasan en balde, pero quien tuvo, retuvo. Arana no es ya aquel fornido joven de 31 años, pero se mantiene en forma.

Hace meses dijo «medio en bromas» que le gustaría bajar otra vez a la torca y ayer hizo realidad su sueño. Todo fue muy distinto. Hasta el sistema utilizado para el descenso. Cuando el veterano explorador tocó fondo por primera vez lo hizo mediante una escala. Esta vez, en cambio, se atrevió a rapelar. «A mí me resultaba más fácil el otro método, que era al que estaba acostumbrado, pero los tiempos han avanzado», reconoció ayer con desafiante humildad.

Bajó los 154 metros de la sima a primera hora de la mañana. En compañía de sus cuatro hijos y con la colaboración de la
Sociedad de Ciencias Espeleológicas Alfonso Antxia, que se encargó de poner a punto todos los sistemas de seguridad y de iluminar la cueva con un potente generador para documentar con fotografías el histórico momento. Una completa colección de instantáneas mostrará en breve al público el interior de la torca. El asombro sustituirá entonces al misterio.
Pero el gran protagonista de la jornada fue Arana, quien pudo ver finalmente con los ojos lo que en su día sólo palpó con las manos. Un impresionante hueco natural de tamaño similar a ocho campos de fútbol. Allí permaneció perplejo durante casi toda la jornada, antes de volver para arriba.
Abajo dejó su impronta.
Una talla de la Virgen del Suceso y otra de la Virgen de la Antigua. La primera, patrona de Carranza. La segunda, traída desde su Zumarraga natal. «Fue en lo primero que pensé cuando me confirmaron que iba a descender de nuevo», admitió orgulloso ayer, a sus 81 años.

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